Historia de Bajada de La Virgen de Las Nieves |
El origen de dicha festividad lo encontramos en la costumbre de conducir la santa imagen desde su santuario en el monte hasta la capital, como plegaria cuando una calamidad general se abatía sobre la isla. Así ocurrió, por ejemplo, en 1646 por el Volcán de Fuencaliente o en 1659 por una plaga de langosta. Pero el año decisivo fue el de 1676, cuando una terrible sequía invernal llevó de nuevo a la Patrona a la ciudad capitalina; entonces, la gran participación popular y la dignidad de los cultos indujeron al obispo de Canarias, Don Bartolomé García Jiménez, a disponer que el traslado de la imagen se repitiese cada cinco años en vísperas de la Purificación de María (aunque no lo determinara la necesidad de una especial rogativa) para que en la Parroquia de El Salvador se celebrase un octavario con muy solemnes fiestas. De esta manera nacía, en 1680, la Bajada de la Virgen , que desde entonces viene celebrándose ininterrumpidamente con masiva y volcada participación popular, convirtiéndose en la más importante festividad insular.
Aunque originariamente las Fiestas Lustrales se celebraban en las dos primeras semanas de febrero, en 1850 se trasladaron los cultos a la primavera (al segundo sábado después de la Pascua de Resurrección), dejando a elección de los párrocos el tiempo de estancia en la capital, así como la manera en que la imagen debía regresar a su Santuario. Ya en el siglo XX, la Bajada pasó al mes de junio y, por último, en 1975, se fijó en las dos primeras semanas de julio, como sucede en la actualidad, concretando la estancia de la Virgen en la ciudad a tres semanas.
En las primeras ediciones, el programa se desarrollaba principalmente en los atrios y en el interior de los templos, con cultos, misas y novenas, así como con representaciones de carácter teatral y alegórico sobre los misterios marianos (exponentes de aquel mundo barroco del siglo XVII), sin olvidar los desfiles y serenatas que tenían lugar por las calles principales, y que paulatinamente se fueron nutriendo de los actos que eran característicos de la celebración del Corpus Christi, como autos sacramentales, mascarones, pandorgas y luminarias.
Si durante dos siglos los festejos cubrieron siete días ( Semana Grande ), entre la víspera y la octava de la Bajada , con liturgias, teatros y danzas con pretexto mariano, en el siglo XIX se decidió su ampliación ( Semana Chica ), ante la pretensión ciudadana de mostrar sus habilidades y aficiones; en ella se incorporaron juegos, bailes de época, exposiciones de arte y artesanías, productos industriales, inventos de óptica y mecánica, carreras de caballos y sortijas, competiciones atléticas y espectáculos musicales.
Por Fátima Bethencourt Pérez.