Declaración Institucional de apoyo del Cabildo Insular a la declaración como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de los actos Lustrales de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, que acaba de ser aprobado en el Pleno de hoy por unanimidad por las tres fuerzas políticas.
VALORES DE LA BAJADA DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES PARA SER DECLARADA PATRIMONIO INMATERIAL DE LA HUMANIDAD
Víctor J. Hernández Correa y Manuel Poggio Capote
1. INTRODUCCIÓN
La Bajada de la Virgen de las Nieves (Santa Cruz de La Palma, islas Canarias) se ha erigido como una las convocatorias festivas históricas más originales de cuantas se celebran en España. El reconocimiento de sus singularidades ha sido puesto de relieve por la crítica en numerosas ocasiones, así como por la prensa (nacional e internacional) y diversos organismos e instituciones a través de la concesión de distinciones, como la declaración en 1965 de Fiesta de Interés Turístico Nacional o la concesión, en 2007, del Premio Internacional del Centro para la Conservación del Patrimonio. Las presentes líneas tratan de esbozar, a manera de síntesis, su origen, los principales números tradicionales que conforman su programa y la ritualidad que aporta al conjunto un alto nivel de unicidad y coherencia, más allá de las convenciones, las desafortunadas copias o los procesos de desintegración que pueblan el actual universo festivo español.
2. HISTORIA DE LA BAJADA DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES
La Bajada de la Virgen de las Nieves constituye una de las citas álgidas del calendario festivo de Santa Cruz de La Palma dentro del ámbito de celebraciones de carácter extraordinario, tales como las fiestas en honor de la Casa Real (como nacimientos de infantes, matrimonios, proclamaciones y exequias), recibimientos de autoridades civiles y religiosas, tomas de posesión, conmemoraciones y aniversarios y una nutrida gama de citas imprevistas en la programación convencional. Según la conocemos hoy como fiesta de periodicidad lustral, la Bajada fue fundada en 1676 por el obispo de Canarias Bartolomé García Ximénez durante su visita pastoral a La Palma. En su estancia, habiendo sido informado “de la especial devoción que hay en esta isla con la santa imagen de Nuestra Señora de las Nieves, patrona de toda ella, de cuyo patrocinio se vale en todas sus necesidades”, García Ximénez autorizó su traslado desde su santuario hasta la parroquia matriz de El Salvador, que hizo coincidir con la celebración de la octava de la Purificación (2 de febrero), que en Canarias se presentaba bajo la advocación de la patrona de la diócesis, Nuestra Señora de Candelaria, por quien el prelado sentía abierta predilección. En aquella ocasión la visita mariana tenía como objetivo impetrar la intercesión de la Virgen como motivo de los meses invernales de aguda sequía que venían asolando los campos insulares. La “solemnidad” de la fiesta y la “decencia del culto” —según consta en el documento fundacional— convencieron al obispo de la idoneidad de perpetuar la Bajada de la Virgen en lapso quinquenal, haciéndola coincidir, en adelante, con la octava de Candelaria, fijándose su primera convocatoria en 1680 .
En sus ya sesenta y siete ediciones, desde la primera en 1680 hasta la más reciente de 2010, la Bajada lustral de Nuestra Señora de las Nieves se ha ido enriqueciendo sucesivamente con distintos números, muchos de ellos exclusivos, que han contribuido a la configuración de su programa tradicional. Tras sus primeras convocatorias, marcadas por un carácter netamente religioso (con procesión de bajada y subida, misa en la mañana, rezo de Vísperas y del Nombre de María y sermones durante las ocho jornadas de estancia en la parroquial de El Salvador), la celebración fue sumando enseguida otros actos paralelos dentro de la órbita de exaltación mariológica, que cristalizaron en un vasto diseño de naturaleza barroca en el que se funden varias artes: la tradicional fabricación de arcos de triunfo y alfombras florales efímeros, el teatro —en forma de loa y auto mariano con personajes alegóricos, diálogo (perpetuándose el que enfrenta a un castillo, trasunto de la isla y la ciudad, con una nave, símbolo mariano)—, los espectáculos coreográficos —con danzas de mascarones (con variante de danza coreada, siendo la más genuina la conocida danza de enanos) y danzas coreadas infantiles— y la poesía mural, además de desfiles y romerías, pasando obligadamente por las funciones lumínicas y sonoras (fuegos labrados en la noche y salvas de cañones ejecutadas desde el Castillo y la Nave de la Virgen y desde los buques fondeados en la bahía).
A caballo entre la fiesta cortesana, determinada por la naturaleza culta de sus temas y por la función diferenciada entre actuantes y espectadores, y la fiesta popular, en la que gentes de toda clase y condición participan activamente en la organización y el goce, la Bajada de la Virgen de las Nieves conforma uno de los ejemplares más preciados del conjunto de bienes inmateriales de España en virtud de la calidad y variedad de sus distintos números así como de los valores religiosos, estéticos, etnográficos, literarios, musicales y escénicos que reúne, y que, a la postre, han de considerarse expresión culminante de lo que podemos denominar cultura palmera .
Aunque en su fundación en 1676 la Bajada de la Virgen fue creada como trasunto palmero de la fiesta de la octava de la Purificación (de las Candelas o de la Candelaria), en distintos momentos de su historia ha ido modificando su fecha en el calendario anual, aunque sin perder su marco lustral. En su primera época, los preparativos solían iniciarse hacia el mes de diciembre anterior, verificándose el 30 de enero la lectura del bando que anunciaba la convocatoria —y ordenaba la iluminación de calles y plazas en las tres primeras jornadas— y la salida del primer carro alegórico y triunfal, cuya duración podía dilatarse entre las siete de la tarde y las dos de la madrugada. Luego, a instancias del beneficio de la isla y del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, por auto de 11 de diciembre de 1849 del provisor y gobernador eclesiástico del Obispado de San Cristóbal de La Laguna Domingo Morales y Guedes, en razón a las condiciones climáticas —que en el invernal febrero obligaban a menudo a la suspensión de muchos actos callejeros por causa del mal tiempo y “siendo notorio que ha habido años en que han sucumbido de pulmonías crecido número de personas por efecto de las causas de frecuentes lluvias”—, la Bajada se trasladó al segundo sábado de Pascua de Resurrección que, aunque movible (entre finales de marzo y principios de abril), cuadraba en primavera, más propicia a los festejos públicos a la intemperie. Años más tarde, en 1925, la fiesta se movió al segundo sábado de mes de junio y, finalmente, desde 1975, pasó a celebrarse a partir del último domingo de junio o primero de julio, dilatándose hasta el 5 de agosto, fiesta de Santa María la Mayor o de Nuestra Señora de las Nieves, que desde entonces se hace coincidir con la jornada dedicada a la procesión de subida al santuario, con la que se pone fin al programa .
3. EL PROGRAMA DE LA BAJADA DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES
Los llamados números tradicionales de la Bajada de la Virgen, al margen de otros de reciente incorporación, en especial a partir de 1960 (galas de elección de las reinas adulta e infantil de las fiestas, festivales de folclore, exposiciones de arte, conciertos de grupos de moda…, comunes a otras citas del Archipiélago), siguen caracterizándose por la impronta barroca, impresa en la fiesta desde sus orígenes, que desde un punto de vista formal implica un proceso inherente de teatralización o representación, una fusión de las artes (escénicas, plásticas, literarias y musicales), un marcado juego de engaño a los sentidos y una tendencia clara al horror vacui, cuatro rasgos que condicionan la riquísima vertebración y contenido de todas las jornadas. El análisis del programa de la Bajada de la Virgen permite establecer el siguiente esquema de clasificación por géneros:
3.1. ESPECTÁCULOS TEATRALES
Cuentan con libreto literario y, a menudo, con partitura (instrumental y vocal). El género más antiguo es de la loa mariana, no concebida como introito a un auto más largo, sino como pieza corta autónoma, fechándose su primera constancia documental en 1685 con la obra Hércules, Marte de Tebas, del poeta Juan Bautista Poggio Monteverde (1632-1707). En su larga trayectoria ha contado con distintos lugares de representación (interiores, como los templos parroquial y conventuales; exteriores, en calles y plazas; y mixtos, claustros conventuales); hoy se conservan sólo la loa de recibimiento en la plaza de España, obra conjunta del dramaturgo Antonio Rodríguez López (1836-1901) y el músico Alejandro Henríquez Brito (1848-1895), estrenada en 1880, y la loa de despedida representada delante de la Cueva de la Virgen en la mañana del 5 de agosto (recuperada en 2010, en aquella ocasión se puso en escena una adaptación de la loa La ciudad y el monte, de 1765).
Otro de los números de este apartado es el carro alegórico y triunfal, que en su origen fue una loa muy simplificada (solía constar de un único personaje central y un coro, y otros personajes, que, a pie, danzaban al principiar y finalizar los parlamentos o secciones cantadas) y se caracterizaba por ser representado sobre un carruaje tirado por una o más yuntas de bueyes, que recorría la arteria principal de la ciudad. Conservado en el día, su denominación vernácula mantiene su genio barroco y alude a su doble vertiente: de un lado, la naturaleza alegórica de sus personajes y, de otro, el carácter laudatorio de la pieza. En los últimos años, aunque ha conservado su denominación, ha combinado la puesta en escena con el tradicional carro móvil y en espacios fijos (la plaza de Santo Domingo, llano del antiguo convento de San Miguel de las Victorias, la del antiguo convento franciscano de la Inmaculada Concepción y el Teatro Circo de Marte). Desde la primera mitad del siglo XIX, tanto el libreto literario como la partitura han evolucionado hacia formatos más complejos, gracias a la labor escrituraria de dramaturgos como José Fernández Herrera (1783-1857), Antonio Rodríguez López, ya citado, y músicos como Victoriano Rodas (1832-1916) y Attilio Ley de la Peña (1844-1878). Ya en el siglo XX, destacan por sus valores literarios y musicales las creaciones del palmero Luis Cobiella Cuevas (1925-2013), en especial, su trilogía Las orillas de Dios.
Por último, ha de mencionarse el diálogo entre el castillo y la nave, que es en esencia una aclimatación al contexto palmero de las batallas de moros y cristianos que menudean en muchas ciudades y villas de la Península (en especial, en el Levante); en lugar de la dicotomía cristiano-musulmán, enraizada con el proceso de Reconquista, se produce un cambio en las alegorías: la disputa se produce entre un castillo, símbolo de la isla y la ciudad, y un navío, que lo es de la Virgen; desde un punto de vista cultural, la batalla rememora los ataques piráticos sufridos en la historia por la ciudad, que cuenta, todavía hoy, con algunos vestigios de su antigua arquitectura militar. Casi siempre ha contado como escenario con el entorno del barranco de Nuestra Señora de las Nieves (en lo antiguo, barranco de Santa Catalina). Desde 1820, el castillo, en el morro de La Encarnación, dispone de dos almacenes de pertrechos, y, más modernamente, se ha dotado con muro almenado de mampostería, portón de entrada, espadaña, plaza de armas, mirador-torreón y garitas, constituyendo el ejemplar de arquitectura efímera más antiguo de Canarias que ha llegado hasta nuestros días, perdiendo para ello su primitiva caducidad. En el costado meridional del barranco, delante de la plaza de la Alameda, le hace frente el Barco de la Virgen, reproducción de la Santa María diseñada por el historiador y oficial de la Armada Julio F. Guillén Tato (1897-1972) para la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), levantada en 1940, con el doble objetivo de servir como escenario para el diálogo y albergar en su interior el Museo Naval de Santa Cruz de La Palma (inaugurado en 1975) .
3.2. ESPECTÁCULOS COREOGRÁFICOS
Igualmente rica por su variedad es el conjunto de danzas que componen números independientes del programa de la Bajada de la Virgen. Por orden cronológico, las primeras en desarrollarse fueron las danzas de mascarones, herederas de sus homónimas del Corpus Christi. El programa lustral mantiene dos variantes. La primera es la danza de mascarones con gigantes y cabezudos, amenizada con música para banda, algunos de cuyos personajes (muchos de ellos, incorporados de comparsas vinculadas a otras festividades como la Naval y San Francisco) han desarrollado denominaciones exclusivamente locales: Biscuit (para el antiguo mascarón gigante que presidió la danza de Enanos), las Mendoza (dos máscaras femeninas que rememoran a una familia de la burguesía urbana de principios del Novecientos), los Asmáticos (que reciben este nombre por su corto cuello), la Luna de Valencia (de mirada perdida que remite al dicho Estar a la luna de Valencia, aplicado a quienes por despiste, olvidan sus quehaceres o se quedan ensimismados) o el Liliputiense, también llamado Sifilítico (en alusión a su reducido tamaño) .
La segunda variante de la danza de mascarones es la danza de enanos; ambas comparten el uso de figuras humanas deformes fabricadas en distintos materiales (en su origen, en pasta de papel y textil). Más compleja que su ascendente, su constitución actual debe mucho a los espectáculos de magia y a las danzas coreadas, que comienzan a imperar en el programa lustral en la segunda mitad del siglo XIX. Estructurada en dos partes bien diferenciadas, en la primera, personajes masculinos alegóricos (viejos, guerreros, peregrinos, monjes blancos, reyes, japoneses, romanos, doctores, nazarenos, consejeros, estudiantes…) danzan y cantan a coro el estribillo de una tonada de ritmo binario, a modo de polca sosegada, acompañados por conjunto para banda, encargándose el grupo cantor de la Peña, estática, de los estribillos; al finalizar, se produce la intercesión: los danzantes pasan por la Caseta, habitáculo de dimensiones reducidas dotada de dos huecos o puertas; en cuestión de segundos, aparecen transformados en enanos, que bailan, ahora sólo con acompañamiento instrumental, al ritmo allegro también de polca (desde su estreno en 1925, se interpreta invariablemente La Recova, de Domingo Santos Rodríguez [1902-1979]) .
Del riquísimo repertorio de danzas coreadas, la Bajada actual sólo conserva las infantiles. Con letras y melodías de fácil memorización, los danzantes, vestidos de acuerdo a la alegoría que representan (copos de nieve, mariposas…), bailan y cantan al tiempo, con acompañamiento de banda. Ejecutadas en las calles y plazas, su origen se remonta al siglo XVIII, en que se vincularon a la puesta en escena del carro, si bien los primeros testimonios conocidos de su realización independiente datan de la segunda mitad del siglo XIX. De la edición lustral de 1860, por ejemplo, conocemos una Danza de Españoles y Moros —“alusiva a hallarse nuestro heroico ejército en la Mauritania, batiendo gloriosamente a los semi-bárbaros marroquíes en defensa y pro de la Honra Nacional, y baja y cobardemente ajada por los indómitos bereberes”, según explica el cronista José María Fernández Díaz (1806-1877)—, con toque del himno nacional e interpretación coreográfica de una “riña-baile” .
En los últimos decenios del siglo XIX se incorpora al programa de la Bajada un originalísimo número de expresión corporal, acompañado sólo de música para banda: la danza de Acróbatas, auspiciada por la sociedad deportiva local La Patriótica en 1885, cuatro años después de su fundación, y que, en su estreno lustral, el 13 de abril, contó con hasta once funciones en las principales plazas y calles de la ciudad. Inspirada en los espectáculos circenses, de gran predicamento a lo largo del Ochocientos en Santa Cruz de La Palma —como demuestran las actuaciones ofrecidas por compañías foráneas y, desde su constitución, por la citada Patriótica—, la danza de Gimnastas (como se llamó originalmente) o danza de Acróbatas (como comenzó a denominarse desde 1920), basa su formato en los ejercicios de destreza equilibrista. A pesar de su origen gentil, adquiere el tono de religiosidad y exaltación marianas exigidas en esta clase de festejos a través de las figuras, en suelo o sobre escalas, que forman los actuantes —más gimnastas que bailarines— alusivas a la Virgen; entre ellas, la M de María. Su feliz recuperación en 2005, tras varias décadas de ausencia desde la última edición de 1975, ha vuelto a convertir esta danza en uno de los números que mayor expectación despierta, sobre todo, por el atractivo de ser jóvenes, entre seis y dieciocho años, los danzantes .
El siglo XX introdujo en el programa dancístico de la Bajada de la Virgen un nuevo espectáculo, el Festival del siglo XVIII o Minué, que, pese a haber nacido con vocación de sustituir las danzas coreadas infantiles —tenidas entonces como distracciones de poca magnitud—, constituye, desde su primera edición en 1945, la mejor aportación al programa tradicional en los últimos cien años; por otro lado, gracias al reimpulso dado por las escuelas municipales de Teatro («Pilar Rey Brito») y de Danza («Maika Lerín») a las antiguas danzas infantiles desde 1995, ambos espectáculos han convivido en los últimos tiempos lustro a lustro, añadiendo cada uno su propia impronta. Auspiciado en el seno de la Real y Venerable Hermandad del Rosario y, en especial, por el cofrade e inquieto Argelio Pérez Algarrada (1906-1983), en aquella primera edición, el libreto literario y musical fue encargado al entonces joven Luis Cobiella Cuevas, ya citado, autor luego del resto de obras estrenadas o repuestas en los siguientes quinquenios: Minué, romanza y coro (1945), Festival del siglo XVIII (1955), Minué de los aires en Re (1980) y Minué de Santo Domingo (1990). La espectacularidad de su puesta en escena (decorado e indumentaria dieciochesca), su inspiración en los bailes de salón de las viejas cortes europeas y su excepcionalidad musical han contribuido a consolidar su puesto preferente en la noche del miércoles de la Semana Grande de las fiestas y a clasificarlo como uno de los espectáculos tradicionales de música y danza más fastuosos del territorio nacional. El Minué de los aires en Re, el más representado hasta ahora, está escrito para orquesta, cuatro solistas, coro mixto adulto y coro de niños y se inspira en la tonada del folclore insular aires de Lima (nombre que alude a su primitivo origen portugués) .
3.3. DESFILES
Aunque vinculada en lo antiguo a toda clase de fiestas (recibimientos de personajes ilustres, fiestas reales…), el desfile de Pandorgas terminó perpetuándose desde el siglo XIX como número propio de la Bajada de la Virgen; miles de farolitos elaborados con listones de madera y forrados de papel de seda y policromados o adornados con aplicaciones papeleras multicolores, que ilustran figuraciones diversas (naves, casas, animales…), son portados por otros tantos miles de jóvenes en un singular espectáculo nocturno de luz (brindado por las velas contenidas en su interior). Con recorrido por las principales calles de la ciudad y acompañado por varias bandas de música, el espectáculo concluye con la quema de los faroles o pandorgas en el barranco de Nuestra Señora de las Nieves.
La batalla de flores y la cabalgata anunciadora (heredera de la retreta militar acompañada de carrozas), instauradas en el programa de la Bajada entre finales del Ochocientos y principios del Novecientos, han supuesto desde su origen sendas aportaciones al espectáculo parateatral, con especial marcación de lo visual. Como los desfiles de Pandorgas, se escenifican en las principales calles de Santa Cruz de La Palma y, como sucede en tantos otros números, la fusión de las artes, en especial, de la indumentaria, la escenografía y las artes plásticas, constituye su nota más sobresaliente. En el caso de la batalla de flores, además, la naturaleza se hace presente a través de la multitud de pétalos de colores que pueblan las calles; concebida en su origen (la primera edición data de 1895) como preludio al paso del carro alegórico y triunfal, con el que comparte la traslación móvil, fue mudando su posición de esta jornada.
3.4. OTROS NÚMEROS TRADICIONALES
Ideada como procesión civil y arranque oficial de las fiestas lustrales en el siglo XIX, el traslado y enarbolado de la seña de María constituye uno de los ejes vertebradores de estos fastos, apoyado en un riguroso ceremonial que aporta al conjunto marcada solemnidad. Desplegada y asida por las autoridades del municipio y el pueblo, que caminan la arteria principal desde su salida desde las Casas Consistoriales, la bandera (que contiene la característica M de María) es izada a su llegada al Castillo de la Virgen, siguiendo a continuación los primeros fuegos labrados de las fiestas. Éstos, junto con el repique general de campanas y los fuegos y salvas de cañón que menudean en varias de las jornadas siguientes, son expresión del espectáculo sonoro a base de pólvora y luces, tan arraigado en la fiesta popular palmera .
Mención aparte, por su significación folclórica, es la romería de Bajada del Trono (antes, completada con la romería de Subida o regreso al santuario); se trata de otra originalísima manifestación netamente popular que preludia la posterior bajada solemne de la imagen en su sillón de viaje; los romeros asisten al santuario y trasladan, dividido en piezas —que portan en grupos— el trono y andas de baldaquino de plata usados para las grandes fiestas de la Virgen (su onomástica, el 5 de agosto, y la Bajada lustral); varias semanas después, una vez desembarque la imagen en la parroquia matriz de El Salvador, el trono y andas, ahora debidamente articulados, servirán para colocar con la mayor pompa a la Virgen. Lo que interesa destacar aquí es que tanto la bajada como la subida del trono se han singularizado por mantener viva la tradición del secular folclore musical y dancístico palmero: a los cantos y bailes romanceriles se suman el sirinoque, además de otras piezas introducidas en siglos posteriores, como la polca, la isa, la folía o la malagueña .
4. LA FIESTA RITUAL
En su conjunto, el programa de festejos lustrales que conforma las llamadas Semana Chica y Semana Grande es en esencia una propuesta de ritual de recibimiento tributado a la imagen de la Virgen de las Nieves, desde el primer número hasta el último. En las últimas décadas, el ceremonial de actos tradicionales se ha incrementado con una serie de propuestas preliminares que han contribuido igualmente a este propósito, destacando sobre todas (espectáculos deportivos, conciertos, festivales, presentaciones de monografías o producciones discográficas vinculadas a la fiesta, exposiciones…) la lectura del pregón, a cargo de alguna personalidad destacada de la vida pública o cultural de las Islas. De la misma manera, el programa de subida se inscribe en mismo contexto celebrador, ahora de despedida: recuerdo a los difuntos al principiar el barrio de la Somada o San Francisco, loa de despedida delante de la Cueva de la Virgen y, en el barrio de El Roque, dentro de otra covacha, puesta en escena de la Alegoría de la Conquista de esta isla de La Palma (1925) del polifacético José Felipe Hidalgo (1884-1971).
Con un engranaje forjado al calor de cuatro siglos, nos hallamos ante un complejo protocolo, destinado a cumplir el voto colectivo formalizado por la máxima autoridad religiosa del Archipiélago en 1676 y avalado en sus orígenes por las principales familias de la ciudad y el antiguo Cabildo de La Palma. Una veintena de actos tradicionales, con diferente fecha de incorporación, compone esta permanente pleitesía, ofrenda y testimonio de devoción que significa la Bajada lustral. La imagen mariana de las Nieves da sentido pleno a estos números, engarzados en una fiesta que no ha perdido su germen barroquista, especialmente patente en la continua confluencia artística. Desde los fuegos artificiales, con figuraciones lumínicas de significado mariológico (como la recurrente M del nombre de María), hasta el elegante Festival del siglo XVIII, con poemas donde la Virgen enlaza, como eje conductor, con toda clase de alusiones metafictivas, como la noche en el Minué de los aires en Re (“Noche es madre, noche es paz, / noche es nido de mi cantar” rezan los dos primeros versos que repite el Coro), todos los números de la Bajada se alinean hacia la exaltación de María de las Nieves.
Incluso los actos de menor carga religiosa se propician igualmente en el contexto ceremonial de recibimiento; v. gr., la procesión cívica de la bandera, que finaliza con su izado en el Castillo de la Virgen del morro de La Encarnación y que allí permanecerá exhibiendo el escudo mariano durante las jornadas que dura la fiesta; símbolo habitual de naciones y estados, la ciudad queda, a partir de su enarbolado, al amparo gubernamental de esta suerte de “jefatura nivariense”. O la Bajada del Trono, una de las pocas romerías españolas que carecen de icono santo, y que hunde su justificación por la necesidad de trasladar “con aires festivos” el aparato físico de honor y distinción requerido una vez la imagen arribe, días más tarde, a la parroquia de El Salvador, centro del resto de celebraciones (eucaristías, ofrendas florales, procesiones…). Su original concepción (con Bajada primero y Subida después) sirvió en el pasado para oponer a los vecinos de la ciudad intramuros o del casco —encargados de bajar las piezas desde el santuario hasta la parroquial de El Salvador— a los de los pagos extramuros, adscritos a la administración parroquial de Las Nieves —responsables de proceder a su subida o ascenso—. Por otro lado, la sintonía de los recorridos sigue también un eje común: si las bajadas (del trono y de la Virgen) se efectúan por el camino real de El Planto, las subidas (también del trono y de la Virgen) se harán por el barranco de Las Nieves. De igual modo, el resto de números tradicionales sigue fielmente el patrón de homenajear a la Virgen.
Este anuncio, programado como un continuum, llega a su punto culminante en las últimas jornadas de la fiesta. Así, el jueves de la Semana Grande se diseñó como pregón compuesto por repique general de campas y las dos danzas pertenecientes a la imaginería festiva (los Mascarones —o Gigantes y Cabezudos— y Enanos), siguiendo así un esquema similar al de sus antecesores del Corpus, que precedían la procesión del Santísimo. El viernes, reservado para la solemnidad teatralizada, está destinado al carro alegórico y triunfal, cuyos libretos vuelven a insistir, ahora en clave histórica, en la secular intercesión de María (con ocasión de erupciones volcánicas, sequías, plagas, hambrunas o ataques piráticos…) y cuya salida era “preparada” horas antes por el color y el aroma de la alfombra de pétalos que a su paso dejaba la batalla de Flores.
5. CONCLUSIONES
La Bajada de la Virgen de las Nieves, celebrada con periodicidad quinquenal en Santa Cruz de La Palma, se inscribe en el capítulo de fiestas religiosas y, dentro de ellas, por su contenido, en el subgrupo de las marianas. Su contexto primigenio unió la conmemoración de la feria de la Purificación (el 2 de febrero) a la advocación insular de Las Nieves, nacida, según la tradición de la Iglesia Católica, en Roma a raíz de una nevada que cubrió el monte Esquilino en verano y sirvió de señal para la erección del primer santuario de su nombre. Paralelamente, en La Palma, la Virgen de las Nieves cuenta con una amplia trayectoria de intervenciones tenidas por milagrosas en las que las precipitaciones de nieve también se han considerado lemas del favor mariano.
La operación de este marco universal en que se insertan tanto la fiesta como la imagen a la que aquélla se dedica no impidió que desde muy pronto Santa Cruz de La Palma lograra programar un itinerario propio, implicado en poner continuamente de relieve el carácter oferente de la festividad. La Bajada de la Virgen se articula en función de un riguroso protocolo de recibimiento en que todas sus piezas o números de espectáculo coinciden en su objetivo final: hacer patente la promesa formalizada en 1676. Pese a los cambios experimentados en su fijación en el calendario, la fiesta no ha perdido ni su periodicidad lustral ni mucho menos su marca local. A través del teatro y de los espectáculos pirotécnicos —primero— y con la incorporación de las romerías, danzas y desfiles —después—, poco a poco, fue tomando forma un programa que ha de considerarse una de las manifestaciones más originales y de mayor antigüedad de cuantas integran el patrimonio inmaterial español. Junto al medido ceremonial, el acervo puesto de manifiesto en la originalidad, la riqueza literario-musical o efímera, el simbolismo de todos los eventos de la Bajada tradicional, en especial, de sus loas y carros, diálogos entre el castillo y la nave, desfiles de Pandorgas y danzas de Mascarones, Enanos y Acróbatas, es otro de los extraordinarios bienes que concurren en esta fiesta sin parangón en la cultura cristiana.
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