La impronta de la mar en la Bajada de la Virgen de Las Nieves VI

La impronta de la mar en la Bajada de la Virgen de Las Nieves VI
La impronta de la mar en la Bajada de la Virgen de Las Nieves VI

La Regata Lustral.

Proyección exterior.


En 1970, la regata, que celebra su tercera edición y diez años de existencia, se ha hecho un hueco entre las competiciones de las islas, despertando el interés más allá del ámbito estrictamente náutico y deportivo. Tanto es así, que el director del semanario Sansofé, Carlos de Yrissarri Galwey, encarga al joven periodista Ángel Tristán Pimienta que realice un reportaje sobre la prueba dada su condición de socio del Real Club Náutico de Gran Canaria.

Tristán Pimienta se embarcó en la balandra `Gran Canaria´, al mando de Rafael del Castillo Morales, iniciando con esta travesía una época que define como maravillosa: “Mi verdadero descubrimiento del mar. Compartí a tope las dos pasiones de mi vida: el periodismo y la náutica deportiva”.   

El trabajo de Tristán Pimienta, que será una de las primeras crónicas de una regata de este tipo que se realiza en España, se une a los esfuerzos realizados por Ventura Quevedo Navarro en sus frecuentes artículos periodísticos en aras de promocionar el deporte de la vela en Canarias. Ángel Tristán Pimienta, periodista y escritor, es Hijo Predilecto de Las Palmas de Gran Canaria, posee la Cruz del Mérito Naval y la Encomienda de la Orden del Mérito Civil, entre otros muchos reconocimientos. 

Reportaje publicado en el número 21 del semanario Sansofé el 1 de julio de 1970 en Las Palmas de Gran Canaria:

A TODA VELA

Desde el día 16, los veleros de travesía comenzaron a abandonar las tranquilas aguas del Puerto de la Luz y se adentraron en el mar, rumbo a Tenerife. A las diez de la mañana del día siguiente las dos últimas embarcaciones, el `Tirma´ y la balandra `Gran Canaria´, dejaban también tras de sí las quietas aguas del fondeadero del Real Club Náutico. Era este el comienzo de la regata que se viene celebrando con ocasión de las fiestas lustrales de Santa Cruz de La Palma.

Al poco rato ya el `Tirma´ saca considerable ventaja a la “Gran Canaria”, que en tiempos fue propiedad del Ejército del Aire, y ahora lo es del Real Club Náutico de aquí. La bella estampa estilizada del `Tirma´, estilizada como un delfín, no tarda mucho en perderse en el horizonte en dirección Noroeste. La balandra, algo más pequeña, con más manga, menos estilizada, con dos palos, no es tan veloz, aunque al decir de los entendidos es algo más cómoda que el veterano, que el viejo `Tirma´, más viejo aún que su propio dueño, el Real Club Náutico.

Vamos nosotros en la balandra, una embarcación que parece no tener demasiada suerte. Todos piensan que siempre ha de llegar la última a la meta, aunque a veces da la sorpresa y se coloca en un honroso tercer, cuarto o quinto lugar. Sin embargo, no esperamos demasiado de la vieja balandra y de la, por el contrario, joven y casi barbilampiña tripulación. Los mismos entendidos, los árbitros en tierra de todas las competiciones clamaban al cielo por la osadía de llevar gente tan joven en la embarcación. Uno, mientras el velero va surcando las aguas, piensa en todo esto, y un cierto miedo, una cierta indefinible sensación te hace pensar que, a lo mejor, o a lo peor, te has embarcado en una aventura. Atrás va quedando la ciudad, los buques fondeados en la bahía, la punta del muelle grande, el esqueleto del nuevo dique... atrás van quedando también las aguas mansas y el mar no es ya el mismo. La balandra se mece, a veces violentamente, y se escora de una forma que a uno, profano cien por cien le parece que va a trabucarse. Pronto la Isleta queda en el horizonte, a nuestra popa, y frente, por la proa de la balandra el mar, y diez, doce, quién sabe cuántas horas de travesía. Pero para mayor comprensión prefiero transcribir las hojas de mi block.

EL PRIMER DIA

Todavía no me lo explico. Ignoro si fueron las dos copas de más que me tomé en una fiesta, ignoro si fue la impremeditación, o el deseo de vivir lo que, en los primeros momentos, me pareció una aventura o una experiencia interesante. No sé todavía la causa de que una noche le pidiera a Rafael del Castillo que me apuntase como tripulante en la balandra. Y ahora que lo pienso, cuando estoy en Tenerife, después de ocho horas de viaje, no me arrepiento. Cierto es que pasamos malos ratos, como por ejemplo bordeando la Isleta, en Gran Canaria, o cuando penetramos en “la mancha” poco antes de llegar a Tenerife. Pero el sabor completo ha sido positivo. La experiencia me ha descubierto una afición, un deporte, que desconocía.

Me parece que fue hace media hora cuando nos encontrábamos en los salones del Real Club Náutico de Gran Canaria los tripulantes de la `Gran Canaria´: Rafael del Castillo, Jorge Pérez Chacón, Fernando de Bèthencourt, Víctor Rivero y un servidor. Me parece que fue hace media hora cuando comenzamos a envergar el velero, con la inestimable ayuda de Agustín, el marinero. Me parece que fue hace media hora - y ya han pasado diez o doce- cuando bordeábamos la Isleta rumbo a esta isla de Tenerife.

La tripulación, a pesar de lo joven, a pesar de los augurios pesimistas de los entendidos, parece que ha salido buena. Desde el principio todos hacen de todo y se mueven con gran naturalidad dentro de la “bañera”. Rafael del Castillo, patrón de la balandra, lleva el timón en estos primeros momentos Luego, algo más tarde, Agustín, el marinero, empuña la caña... y le sigue Víctor Rivero, Fernando de Bèthencourth y el más abajo firmante.

Rafael del Castillo me ha comprendido desde los primeros momentos. Ve que me mata la inactividad y poco a poco me va explicando lo que es y cómo se manipula con las escotas, como se hace un nudo y de qué forma hay que llevar el rumbo con el compás, o fijando la vista en puntos de referencia.

A las pocas horas de navegación vemos aparecer en el horizonte la inconfundible silueta del remolcador de la Armada RA-5 que nos servirá de buque escolta durante toda la travesía. Cuando se acerca más Rafael del Castillo abre el “radioemisor” y entra en contacto con Ignacio Pérez Galdós que sigue desde el RA-5 todas las incidencias de la regata.

“RA-5, RA-5, aquí la balandra Gran Canaria, aquí la balandra Gran Canaria”. –“Balandra Gran Canaria, aquí RA-5, se os ve bien, navegáis, bien...”

Es un consuelo tener un buque mayor y más seguro que nos vigile. Pienso que es como una nodriza, como una gallina cuidando a sus polluelos. Uno se siente más tranquilo, más seguro, y la voz que nos llega por las ondas nos infunde confianza y nos da la seguridad de que todo marcha bien. Pronto el remolcador nos abandona para alcanzar al `Tirma´ que ya tan sólo es un trazo en el horizonte. Nos quedamos solos de nuevo, rodeados de mar, de un mar que por trozos se cuela dentro de la balandra y nos empapa, y empapa los víveres, y la ropa y los colchones. Abro el plan y lo veo lleno de agua, pienso: “Dios, esto se hunde” pero la gente me dice que no es nada, que tengo que ver cuando entra agua de verdad. Pronto la mano se acostumbra a mover la palanca de la bomba de achique y la manguera, asomada a la borda, va dejando una estela tras la balandra.

Y no hay forma humana de impedir que entre agua; con la bolina se escora la “Gran Canaria” y entra a raudales en la tina, y en el tambucho... y se calas en nuestros cuerpos. Venga de nuevo a darle a la dichosa palanca y a intentar descansar un rato. Pero no hay quien pueda entre tanta humedad que te cala huesos adentro. Buscamos la ropa de agua, de plástico, para evitar las rociadas que vienen de proa, cuando partimos el agua. Con la ropa de agua intentamos un sueño que luego, cuando amaina el trabajo, y ya con mejor mar seguimos en la bañera.

A las ocho llegamos a Santa Cruz, aunque desde dos horas antes, o quizá más, veíamos las luces de la capital tinerfeña.

Rafael del Castillo llama a los prácticos del puerto de Santa Cruz por el “radioemisor” y pide que avisen al Náutico para que nos envíen un bote que nos señale la boya. Cuando llegamos vemos fondeados al `Tirma´, al `Gaviota II´, al trimarán `Atlantis´ y al `Dalia´, que habían salido horas antes que nosotros.

Desembarcamos y nadie nos esperaba, a pesar de que la regata había sido organizada por el Náutico de Tenerife. Aquí sí que nos llevamos una desilusión.

Poco después salimos hacia la residencia. Ducha de rigor, buena cena y a la cama. Mañana a las diez es la salida para Santa Cruz de La Palma y conviene estar descansados.

EL SEGUNDO DIA

A las diez de la mañana, como estaba previsto, se da la salida para Santa Cruz de La Palma. Es aquí cuando, en verdad, comienza la regata, la competición, El `Gaviota II´ se queda en Tenerife; continúan el `Dalia´, el `Tirma´ y la `Gran Canaria´ que van emparejados hasta abandonar la bahía santacrucera. El trimarán `Atlantis´ no sale todavía. Nos inquietamos. Alguien de nosotros cree que es posible que algún tripulante se haya demorado. En La Palma se nos confirmará este punto.

Los Roques de Anaga, la zona más temida, por la mar y por las calmas, se acercan. El `Tirma´ pasa lejos, la balandra se adentra e intenta cruzar entre los roques, casi pegada a la costa. Algo más tarde el trimarán efectúa un repiquete para hacer lo mismo. Pronto nos separamos las tres embarcaciones y sólo vemos en el horizonte, los mástiles de las embarcaciones.

Vuelven las horas de mar y la primera noche en travesía. De vez en cuando pasa el remolcador a nuestro lado para regresar ya definitivamente y hacernos compañía junto a las estrellas.

Hace frío, el aire del mar se cuela hasta los huesos, y el agua. Vuelve a funcionar la bomba de achique... algunos duermen mientras otros velan. Por la mañana, mejor, desde la madrugada, vemos las luces de Santa Cruz de La Palma. Así horas y horas, como si no camináramos, como si las luces de la ciudad retrocediesen a nuestra llegada. En el Puerto están fondeados el `Dalia´, el `Tirrna´ y el `Atlantis´. Se ha cumplido el pronóstico: hemos llegado los últimos.

Comenzamos en tierra tres días de asueto, alojados en el Parador Nacional. Por la noche, en las instalaciones deportivas del Real Club Náutico palmero tiene lugar la entrega de trofeos; a la mañana siguiente vamos de excursión y por la noche a la presentación en sociedad de unas jóvenes palmeras; a la mañana siguiente es la romería y por la noche un baile en el Náutico. Agasajo tras agasajo. Que diferente acogida a la de Santa Cruz de Tenerife...

VUELTA Y…

De nuevo, una vez más, se fija la hora de salida a las diez de la mañana. Pero primero hay que comprar víveres y todo eso. A las nueve todos estamos a bordo, preparando las cosas, poniendo a punto el velero.

Hay dificultades. Tanto el `Tirma´, como el `Atlantis´ y nosotros tropezamos con inconvenientes a la hora de levar anclas. La operación se hace complicada durante unos minutos... hasta que poco a poco se hinchan las velas y nos dirigimos a la punta del muelle. De repente el trimarán se nos echa encima; cuatro metros, tres, dos, uno... y plan, el tortazo. Uno de los patines nos ha dado en la popa.

Al principio nos asustamos, pero no ha sido nada grave. Todo se resuelve y los dos continuamos camino. Allá enfrente, como de costumbre, el `Tirma´ comienza a hacerse un puntito en el horizonte. El trimarán sigue rumbo a sotavento, y nosotros a barlovento remontamos hacia el norte. Pronto, al cabo de unas horas, perdemos de vista al `Atlantis´ y sólo vemos en la lejanía las velas del `Tirma´.

Antes de la salida el parte meteorológico, y la misma visión del mar, auguraban dificultades. Tal es así que el `Tirma´ sale con dos fajas de rizo y nosotros, en la balandra, arriamos la mesana. Al poco tiempo, sin embargo, se calma la cosa, y ya el viaje es más tranquilo. Todos intercambiamos impresiones sobre los días pasados en La Palma y nos damos cuenta de que incluso uno de nosotros parece ser que ha encontrado su “media naranja”.

La travesía de vuelta es tranquila, los que antes no dormían caen ahora rendidos por el cansancio y las literas, aunque mojadas, están muy solicitadas. Pero queda el remedio de dormir en la “bañera”, a la luz de las estrellas.

Llega la madrugada, sale el sol por el horizonte... pasan las horas sin ver el remolcador..., llega la mañana y divisamos la inconfundible silueta de la Isleta.

A las tres de la tarde, a las tres en punto de la tarde, estamos fondeados frente al Náutico. Vemos al `Dalia´, que había regresado un día antes, y al `Tirma´ ... esta vez hemos llegado los segundos. El trimarán no llega hasta las seis de la tarde, hace tres repiquetes y fondea.

Todo ha terminado. Bueno, todo no, uno era novato... ahora espera la llegada de San Ginés, la nueva regata, las nuevas horas en la mar. Así es la vida, que no todo ha de ser fútbol y toros, digo yo.

Mario Suárez Rosa

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